-¿Por qué no me amás? -me preguntó con los ojos cristalinos -¿Acaso soy yo?

-No – respondí mirándola, mientras mi mano acariciaba su rostro.

Solté una leve sonrisa, que la hizo confundir más.

- ¡¡No!!, ¡¿qué?! – levantó un poco el tono de voz a la vez que fruncía un poco el seño – Ya no te entiendo, me estas volviendo loca -agregó.

El silencio que se produjo en ese momento me permitía oír el latido de su corazón que golpeaba contra su pecho cada vez más fuerte.

A punto de romper en llanto me dijo – Yo aún te amo –

-Yo también, no se porque lo dudas.

- ¿Entonces? ¿Por qué ya no querés compartir más tus horas conmigo?

- No te has dado cuenta que siempre fuiste un espíritu sin rumbo, un alma libre!

- ¿Y qué hay con eso? Soy libre de elegir, y te elijo a vos.

- Si lo sé. Pero yo no te puedo atar a mi, no puedo encerrarte. Y prefiero no contar con vos antes de morirme de celos por no tenerte.

- ¿Cómo? Ya su cara había cambiado del enojo a la incertidumbre.

- Es un pensamiento un poco egoísta, porque así sería yo el que no va a sufrir mientras que vos te morís de ganas de estar conmigo. Pero acaso, antes de conocerme, ¿no eras en un alma libre? Ibas y venias a tu antojo y nadie te cuestionaba. No voy a ser yo el que haga tal atrocidad. Por eso te digo que eres libre.

En esos momentos su cabeza estaba muy confundida, ya no hablaba, solo balbuceaba en sus pensamientos. Fue entonces cuando se apoyó espalda contra la pared y se dejó caer al suelo.

- Cada vez que me necesites, ahí estaré, sabés donde y como ubicarme.- me incliné un poco hasta besar su frente- Te amo y por eso sos libre.

Comencé a caminar por el callejón, sin mirar atrás. Esa noche no la volví a ver. Esa semana no la volví a ver. Creo que pasó casi un mes hasta que nos juntamos a tomar algo y charlar. Ahora los hacemos, de cuando en cuando, cuando ella deja de lado alguna de sus actividades y yo las mías. Pasamos algunas noches riendo y recordando.

A veces la extraño, pero se bien que ellas es libre.